sábado, 26 de abril de 2008

EL RELOJ

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Aquél vetusto reloj
que en el salón de mi casa
una pared decoraba,
era puntual en las horas
pues nunca se equivocaba
y su rítmico tic-tac
siempre nos acompañaba.

En su fugaz caminar
y en su lánguida agonía,
va reflejando el reloj
el susurro de la brisa,
la realidad de un adiós,
el amor y la alegría.

Van devorando sus horas
todo aquello que florece:
la frescura de tu risa,
el olor de la reseda,
el perfume de tus labios
y la luz..., y las tinieblas.

Y en el umbrío salón,
sobre su esfera rielaba
la tenue luz de la luna
cual diadema plateada,
que entre las sombras y armiño
su tránsito acompañaba.

Nací en el seno profundo
de un cauce devorador
que va contando en secreto
los dictados del amor
entre los dulces arpegios
de aquél compás del reloj.

Escucho el rumor del viento,
el murmullo de la fuente,
el suspiro de tu aliento,
y perdido en el ambiente
el eco de tu voz yo siento
y hasta el tiempo se detiene.

Y en ese efímero instante
en que el caduco reloj
cesa su camino errante,
surgen los nupciales velos
que visten con luz radiante
a todos los relojes muertos.

Ahora, finado ya el tiempo,
van llenando de hermosura
la tierra, el trigo y las flores
que con sosegado acento
van haciendo las delicias
de un mundo nuevo y más bello.

Ya no adorna el reloj la pared,
ni la luna camina a su vera;
quizás nunca supo el reloj
que el tiempo a él se le iba
y aunque lento en su caminar
también para él transcurría.

La tierra nos da la vida,
el Sol todo su amor,
el mar nos da la belleza
y el tiempo...,
el tiempo nos lo da Dios.
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