domingo, 20 de abril de 2008

LA SULTANA

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(Dedicada a Aleida Garnelo)
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En un bello país de Oriente,
allí donde nace el Sol,
hay un oasis muy grande
lleno de magia y color.

Todo el mundo es muy feliz
en aquél lugar de ensueño,
pues moran en un Edén
que está en medio del desierto.

Viven en hermosas tiendas
con reflejos de arrebol
y dorados arabescos
bordados en su interior.

Y en sus cristalinas aguas,
una hurí encantadora
ve reflejado su rostro
bajo la luz de la aurora.

Y ésta mora tan hermosa,
la más bella del lugar,
tiene por nombre Aleida
y es la hija de un sultán.

Sublimes son sus cabellos,
oscuros y ensortijados,
y en su exótica tez fascinan
sus grandes ojos castaños.

No existe perla más pura
ni belleza tan bien hecha,
como en un claro de luna
ver a la preciosa Aleida.

Su hermoso cuerpo de niña,
bañado entre dicha y paz,
derrama sobre éste mundo
un amor angelical.

Casi todo está dispuesto
porque van a comenzar
las fiestas de primavera
en aquél bello lugar.

Y en una antigua mezquita
que existe en el palmeral,
unas bellas odaliscas
la adornan para el festival.

Y cuando el alba se rompe
da comienzo la gran fiesta,
en la que ardientes dragones,
blancas y errantes estrellas
y califas muy feroces,
liban aquél fresco néctar
del espumoso rocío
en un cáliz de amapola.

Entre todo aquél bullicio,
la linda y preciosa Aleida,
salta, canta, ríe y baila
y se divierte en la fiesta.

Y en aquél preciso instante
entona un dulce cantar,
y timbales y añafiles
le van siguiendo el compás.

El joven Ahmed le sonríe
y ella a él le corresponde,
y de sus juveniles alientos
nacen floridos verdores.

Y cuando muere la tarde
y feliz llega la noche,
arde ya en aquél vergel
el fuego de sus amores.

Con gran pompa y majestad,
sin velo que cubra su rostro,
aquella bella doncella
un beso le brindó al mozo.

--“ Tañida por diestras manos
se extiende sobre el desierto
el tenue son de una guzla
mecido por denso viento.”--

La noche ya va pasando
y aunque la dicha es muy grande,
al albor de la mañana
Ahmed tiene que ausentarse.

Y el bello Ahmed se despide
dándole un beso en los labios,
y a lomos de un elefante
le dice, adiós, con sus manos.

Muy triste se encuentra Aleida
al mirar allá, a lo lejos,
y turbios sus ojos quedan
con lágrimas de recuerdos.

Y cuando los rayos del Sol
van esculpiendo su cara,
con gran dignidad aflora
su egregia estirpe sultana.

* * *
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-- “ Los rasgos de aquella hurí
no pueden ser agarenos,
pues mora tan celestial
no puede entrar en el Cielo.” --
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