lunes, 28 de abril de 2008

AL CIELO..., SIN RENCOR


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En éste navío que es La Tierra
y nos conduce allende el infinito,
van fluyendo como espíritu de fuego
los sofocados lamentos
de nuestro frágil corazón.

Las preces que por entre las estrellas
cruzan raudas cual saetas,
dejan paso a la vida errante
de nuestra efímera existencia,
caminando hacia un destino
de ruina sepulcral.

Y a través de un universo sempiterno
y bajo una falsa armonía celestial,
el cruel tirano que oprime
nuestros sueños, razón y verdad,
va colmando los abismos
de tumbas, dolor y maldad.

Este dictador sombrío,
pretende nunca morir,
creyendo fácil que al Cielo
sí se le puede mentir.

* * *
¡
Y mientras los cadáveres se pudren
entre las cosechas postreras,
los peregrinos avanzan, con paso cansino,
hacia las cumbres doradas del Paraíso.

Desconocen que existe un atajo
como entrada muy rápida al Cielo,
que consiste en pasar por un túnel
al que se accede, primero…, muriendo.

* * *

Sosegados reposan los vientos
y las nubes con falsa quietud,
presagian con nula esperanza
aquél infierno que turba sus almas
cuando del Cielo, tan sólo,
… esperan la luz.

Revestidos de pálida faz
y a torrentes manando su sangre,
van dejando atrás, en sus andanzas,
viejas mazmorras, nuevos sitiales,
sin dar tregua a la piedad
y abriendo nuevas opciones al llanto.

Pero el fuego ya extinguido
en el mundo del amor
renace con mayor brío,
ímpetu sereno, lúgubre pasión;
surgiendo del mar
y besando las estrellas;
tocado por el ángel
y abrasando el viento,
va ofreciendo nuevas eras
de cordial fraternidad.

El tiempo su marcha detiene,
y la noche en luctuosa quietud,
encubren cual sueño yacente
aquella imagen de aire insolente
que horrorizada espía su cruz.

Y a pesar de todo…,
la Tierra se mueve y camina,
y las campanas con sordo rumor
embriagan con silente quimera,
los sentidos que rompen el alma
o el fuego de su corazón.

Al fin, el estandarte de la libertad ondea;
yo te perdono…, perdóname tú.
Con mis lágrimas, tus llagas yo lavo;
y mientras el incienso de mi juventud
asciende con devoción
por los voluptuosos senderos del alma,
una estrella, envuelta en guirnaldas de oro,
esparce un resplandor de lluvia de perlas
haciéndonos vibrar con honda emoción.
¡

* * *
¡
Y yo que carezco de nombre
y mi destino la aurora guió,
he vivido delirios de ensueño
e intensos placeres…, que ahora no son.
¡
¡