lunes, 20 de octubre de 2008

A RUBÉN DARÍO

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Ya se ha cansado la tierra
de darnos tan bellas flores,
y las nacaradas nubes
que a un dorado sol esconden,
han dejado de alfombrar
a los cielos por las noches.

Parece burlarse el viento
entre angustiosos suspiros,
atravesando fronteras,
cruzando, raudo, caminos,
y en el proceloso mar...,
alterado y confundido.

Al rayar la luz divina
y el alba al beber rocío,
fue tanta aquella grandeza
y tanto su poderío
que una estrella desde el Cielo
quiso llevarle consigo.

Entonces dejó de sonar
aquella cítara susurrante
que mezclaba en armonía
la rima, oración y el cante,
puesto que Rubén Darío
se fue convertido en ángel.

Cruzó el pórtico del Cielo
bajo un Iris de cristal,
llevando sobre su pecho
la gloria siempre triunfal
de aquellos dulces arpegios
de su obra universal.

Y en ese abismo insondable
donde el resplandor divino
oculta el santo sepulcro,
vuelan hacia el infinito
las plegarias funerarias,
mientras que un crespón sombrío
cubre la inmortal figura
del gran trovador latino.

Es muy posible, también,
que instalado en el Olimpo,
cercano a los dioses lacios
y en ese mundo infinito,
pueda conversar con Venus,
con Minerva y con Cupido,
pues siempre les consideró
como sus buenos amigos.

Pienso que será feliz...,
muy feliz allá en el Cielo,
debatiendo con Montalvo,
con Debayle y con Borrero,
y puede que hasta el mismo Dante
quiera departir con ellos.

Rubén Darío se encuentra
embriagado de ilusión,
porque órganos dorados
vibran con gran emoción,
cuando surgen de su alma
tan bellos versos en flor.

--“Vuelve a mí, arpa sonora,
y tributa con tus ecos
a éste postrer homenaje,
porque el gentil caballero
quiso darnos la semilla
de su fértil semillero.”--
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